Quienes fuimos por la vida buscando conscientemente la
propia verdad que nos hiciera libres, fuimos y vinimos tantas veces en el
laberinto , que cada estación del Vía Crucis humano nos fue dando un
valor más real y cercano a nuestro propio sufrimiento.
Mas allá de la creencias en una religiosidad que nos
encuadre y haciendo una cierta analogía con nuestras vivencias , podemos
percibir recorridos hechos por nuestros antepasados que estuvieron insertos en
distintas épocas y culturas, acercándose cada vez más a Dios y a la
trascendencia humana pero que, sin embargo, acorde a la visión de cada uno,
tendrán probablemente significados diferentes en nosotros acorde a
nuestra formación y principios.
Si pudiéramos abstraernos de lo que el mismo dogma o ley le
atribuyó a la manifestación nos daríamos cuenta que, tal vez no
tenga un sentido real para nuestra subsistencia el saber quién fue en sus actos
tomando detalles, sino por qué brilló en su esencia involucrando las
partes del Todo Universal. Sin distinguir lugares, contextos ni modos, el
denominador común en todos aquellos que buscaron la paz por sobre la tierra se
centró en una misma naturaleza emocional , con psiquis indagadora y
sentimientos de pureza interior expresados en el afuera que movilizaron las masas.
Si partimos por entender que el trayecto de trascender implica dejar lo que nos
entorpece para dar liberación a lo genuino del alma, sin duda alguna el
sentido de redención en cada uno de ellos es el valor por sí mismo y no por el
encuadre o posterior efecto disímiles en los que llegamos después.
Con el tiempo, la avaricia del hombre, los miedos y
desconocimiento alejado de toda fuente, lo llevó a enajenarse perdiendo la
propia identidad espiritual como individuo completo que en algùn momento comenzó
a salir y que fue negado por el propio ego.
No hay pecado del mundo que nos venga por herencia, hay
temores que nos fuimos inculcando que nos dijeron que si no creíamos en algo
nuestra vida se derrumbaría, o que si no adoptábamos la forma correcta de creencias
nos encontraríamos con el mayor caos.
De ese modo no pudimos soltar lo que es
naturalmente libre y nos aferramos a quien mejor nos representase. Al comienzo
nos vimos reflejados, sentimos hacer carne el camino del otro, pero cuando
tuvimos que dar el gran salto para la trascendencia nos quedamos amarrados a la
imagen del Dios que nos armaron desde las programaciones. Nos mantuvimos pegoteados
en las rejas de lo condicional y anunciando por efecto de continuidad las
palabras que nos enseñaron a decir acorde para cada ocasión.
Sin embargo, el modelo establecido que nos formó con un
temple efectivo, tiene sus frutos si podemos extraer de lo aprendidio lo
esencial para valorar e incorporar a nuestro propio sendero de
liberación.
Si buscamos sutilmente que nos quisieron decir los
grandes maestros quizás no podamos hacer una verdad exclusiva que nos una, pero
sí podemos hacer un AMOR UNICO que nos ayude a comprender los alcances
inimaginables de ese amor que abrió toda frontera y el corazón de los hombres,
aún de los que no querían o podían percatarse.
Sería propicio preguntarnos hasta donde el ser humano ,
desde esta dimensión, es capaz de manifestar ese amor eterno de otras esferas ,
hasta que extremos llegará para fundir el arriba con el abajo y hasta dónde está
dispuesto a dejar su vida para ser el referente que nominarán posteriormente
como hombre divino, revolucionario, renovador o farsante.
Si entendemos que el dejar la vida se escurra en
términos de la incapacidad de afrontar lo que la vida nos trae desfavorablemente
es probable que nos convirtamos todos en los innovadores de cada època pero si,
en cambio , se está dispuesto a soltar la vida cuando ya no se tiene nada
amarrado soportando con dignidad los agravios y ofensas que la sociedad nos
conjura es indudable que estamos ante situaciones de índoles diferentes.
Como seres humanos necesitamos experimentar, ver, conocer,
tocar y nuestro aprendizaje no puede ser abstracto. Los alicientes serán acorde
a lo que tengamos que trabajar y la mayor prueba estará dada por nuestra
capacidad de dar amor universal desprovisto del egoísmo desde nuestra condición
humana. De nada vale hacer sacrificios que nos marquen una determinada manera
de entrega , insertémonos dentro del contexto global del mundo y sin religión ni
culturas miremos que somos capaces de entregar por lo que tenemos dentro
para poder ser percibido por el afuera.
Si continuamos desvirtuando las palabras de las mismas
palabras hechas por los hombres es probable que nos quedemos sin haber
entendido por que tuvimos que dejar la vida para vivir.
El camino de la redención está en el propio corazón de quien
transita con sus pies etèreos el sendero de Dios. No tiene disposiciones ni
reglas , es único y exclusivo para cada uno y es por eso que las palabras pueden
formar parte pero sólo de una minúscuscula faceta del todo interior que cada
uno posee.
Abramos nuestro corazón y con la mirada del alma
preguntémonos si algo realizado por amor deja de tener valor por ser
desmerecido o ignorado. Percibamos que el itinerario al cuál nos conduce
nuestra propia alma hasta no encontrar la fusión plena, es discriminado por
nuestra propia mente que busca preservar y resguardar intentando
encontrar respuestas coherentes a nuestro sentir.
La paz no es un regalo, es el fruto merecido que viene
del alma cuando encontró su retorno a casa amando, entregando , muriendo en la
forma y renaciendo entre el olvido del propio hombre que aún sigue
buscando la redención de afuera para reconciliarse consigo mismo.
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