Cuando fuimos creciendo, junto con los afectos y los apegos característicos para sentirnos protegidos y cobijados, formamos también singulares maneras de ver la vida que implicaron las creencias que sin ésto o aquello no podríamos vivir.
Elegimos, tomamos decisiones, lo posicionamos como lo mejor que nos sucedió, y de sólo pensar la carencia de ese objeto, persona, institución o situación, nuestro mundo ya no era el mismo y la tristeza nos cubrió hasta el lugar más recóndito de nuestro ser.
Nos acostumbramos a buscar los placeres fuera nuestro , creimos que eran los únicos capaces de movilizarnos, y hasta le dimos atributos de irreemplazable, tranformándose de esa manera en el mayor deseo de posesión y pérdida conjugada con el miedo.
Ahora, qué es lo que en verdad temimos perder? El objeto, la persona, la institución , la situación o el sentimiento que nos generó ese objeto , persona, institución o situación?
Temimos no poseer lo que deseábamos o temimos perder la paz, regocijo, calma que vibró al unísono con nuestra esencia y voz interior?
Si partimos de observar que fuimos capaces de tener dentro , en lo más profundo, todas las condiciones para albergar las mejores sensaciones de bienestar y amor, por qué tuvimos que darle el mérito a lo externo cuyo único rol fue estimular aún más nuestro ser interior?
En realidad, ese aliciente, lo que nos mostró, fue el reflejo de lo que ya teníamos dentro, por lo que no importaba si estábamos en el norte, sur, este u oeste porque la fortaleza y esencia del alma fue siempre con nosotros y lo que nos rodeó se convirtieron en los dulces acompañamientos de nuestra vibración.
Es entendible entonces que, si un día dejaba de estar a nuestro lado o dejábamos de estar insertos en esa paz que nos regalaron de afuera , el templo sagrado que siempre encontramos alrededor nuestro, pudiéramos encontrarlo en nuestro interior sin necesidad de creer que por eso perdimos lo que ya no podíamos o queríamos vivenciar.
Nada se perdió, se reacomodó, nada se extrañó, sólo se vió con una nueva visión lo que pensábamos que era único y para siempre.
Y si nosotros pudimos experimentar lo que significa esa paz que creímos encontrar fuera, también podríamos analizar que sucede con las personas que también buscaron ese lugar de regocijo interior en lugares o personas atribuyéndoles los dones que creían no tener ellos. De esa forma proyectaron fuera sus propias expectativas de logros desconociendo que el camino de la liberación es personal y que no hay nada externo por más maravillosos que sea que no tuvieran dentro de su propia sustancia.
El lugar, referente, maestro, o situación es sólo el incentivo y aliciente para que podamos vernos en la real historia de vida de ser almas en un cuerpo humano porque conforman el reflejo de lo que tenemos dentro.
Y quizás ésto es lo que vivenció Jesús en su trayecto de vida humana. Los desapegos como sinónimos de superación y trascendencia.
Amó a Dios con todo su Ser, su Sagrado Corazón pero no necesitó ir al templo externo para amarlo aún más.
Centrado, en paz y con un Amor que abarcó toda la inmensidad creó su propio templo interior capaz de mover hasta lo más denso. Nos mostró una manera diferente de percibir la vida dejando de lado confrontaciones innecesarias e inútiles que lo único que hacen es separarnos aún más.
No vino a crear luchas de poderes para ver quien tiene la razón sino a que podamos vivenciar Su Amor en estas esferas y todos juntos, proyectarlo tanto en el Cielo como en la Tierra.
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