Cuando somos
pequeños tenemos una manera de manifestar nuestros infortunios a través del
llanto, pidiendo con sollozos que nos miren, vengan a consolar y den el
gran abrazo que nos cobije en el amor más grande que nos haga volar hacia el
infinito.
Ya de grandes, aprendimos a controlar lo que nos angustia, a
disimular las adversidades y a figurar como que nada está pasando pero, sin
embargo, muchas veces nos escondemos a llorar como niños que se desahogan de
las penas por medio de esas lágrimas que desconocen al adulto en
cuanto a sentimientos se refiere.
Nuestra mente pasó por todas las capacidades y enseñanzas
posibles, aprendimos a fortificarnos , a defendernos, a ir hacia adelante,
a levantarnos después de cada caída, pero nuestra alma no requirió de estímulos
externos para crecer y seguir vibrando en ese amor puro y transparente que todo
lo puede con solo desearlo.
La esencia es única y no necesita de aprendizajes
para las resignificaciones porque posee la sabiduría innata del amor
etéreo que se manifiesta en sí misma y cuando las emociones captan ese amor
desde su plano lo traduce como infelicidad y lágrimas de amor por
no tener el afecto a su lado.
Y si queremos ir más allá pudiendo dejar que esos sollozos
también nos enseñen, podríamos rescatar y exaltar el valor de las emociones que
nos muestran desde nuestra condición humana, las cualidades que tenemos
sin descalificar por ser más o menos valiente, ni más o menos
sensible.
Recorrer nuestra naturaleza desde el plano físico nos
muestra que el cuerpo también tiene la efectividad y ternura que emana
desde el alma. Como unidad se complementan siendo receptiva desde todas sus
facetas y manifestando desde su emotividad la desazón del desamor.
El alma no sufre los vaivenes emocionales porque está
inserta en las esferas de Dios pero el cuerpo, con su naturaleza humana cuando
no logra trascender lo finito , exterioriza la más delicada ofrenda de amor
pura y sana que toca lo sublimidad del alma.
Nada está fuera del lugar donde Dios lo puso. Las
movilizaciones internas hacen que nos conozcamos desde todas nuestras
dimensiones para dejar de sentenciar lo bueno y malo que una vez aprendimos a
discriminar.
Las estados emocionales, los sentimientos y las sensaciones
se entrelazan unos con otros ilustrando la conformación del ser en cuerpo,
mente y espíritu y el día que podamos definitivamente darnos cuenta de ello las
lágrimas dejarán de sentirse como dolor para transformarse en las lágrimas
del amor eterno que resurge nuestro Ser para permanecer por siempre en la
Eternidad.
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